“ Illumina Domine Vultum Tuum super nos ”

lunes, 16 de julio de 2012

HISTORIA DE LA SANTA FAZ (PARTE I)

EL COMIENZO 

Todo comenzó cuando Nuestro Señor Jesucristo, tras ser brutalmente azotado, golpeado y crucificado, falleció en el pequeño montículo cercano a Jerusalén llamado en hebreo Gulgoleth, en arameo Golgotha y que traducido significa “cráneo pelado”.


José de Arimatea ofreció su sepulcro aristocrático para que el Señor fuera sepultado. “Fue también
Nicodemo –aquel que anteriormente había ido a verle de noche- con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús”(Jn.19, 38-42).
El evangelio de Lucas especifica que fue envuelto en una sábana, y lo mismo escriben Marcos y Mateo, este último concretando que era una sábana limpia. Según la costumbre de la época la sábana para amortajar a los difuntos era de lino. En el lugar en que fue enterrado Jesús, un huerto en la ladera del Gólgota, se han descubierto otras tumbas judías de la época.


S.Juan en el capítulo 20, versículos 3-10 de su evangelio, nos dice: “Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no había comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos. Los discípulos entonces volvieron a casa”.

Amando y creyendo que Cristo había resucitado... ¿Resulta lógico que dejaran allí abandonado el
sudario? El sudario debió ser para la naciente Iglesia uno de los recuerdos más valiosos del añorado Maestro, hombre y Dios. La primera Guerra Judía contra el poder romano comenzó en otoño del año 66. Al año siguiente las tropas de Vespasiano y Tito tomaban Jerusalén. Antes, no obstante, los judeocristianos abandonaron la ciudad –según relata el historiador del siglo III Eusebio, avisados en sueños- en dirección a la Decápolis, una zona neutral en la que había ciudades como Pella, Escitópolis y Damasco. De esta fuga existe un documento del segundo sínodo de Nicea que reza así: “en el bienio anterior a la toma de Jerusalén los judeocristianos –que serían acusados por sus compatriotas judíos de poco patriotismo.- se alejaron de la ciudad llevando consigo sus objetos más preciados: imágenes y cosas sagradas...”


A finales del siglo IV el obispo Epifanio de Chipre en viaje por la Transjordania afirma haber encontrado en Pella cristianos judíos que se consideraban descendientes de aquellos fugitivos de la primera guerra judía. La huida se realizó por el valle del Jordán hacia el Mar Muerto –la ruta menos vigilada- donde encontraron acogida entre los monjes esenios. En aquellos tiempos la separación entre judaísmo y cristianismo estaba en sus comienzos por lo que no debe extrañarnos esta convivencia. Temerteos de que tras la toma de Jerusalén los ejércitos romanos descendieran hacia el sur, esenios y cristianos escondieron sus objetos más preciados en las cuevas de Qumran. No sólo se han encontrado objetos y escritos de los esenios en ánforas de creta precintadas, en las grietas del valle, sino también de los judeocristianos fugitivos, compañerte de los ascetas durante unos meses, o años quizás. Los fragmentos del evangelio de S. Marcos allí hallados atestiguan la presencia de cristianos por aquellos territorios.



Hay pruebas indirectas –aparte de las que aportaremos más adelante deducidas del estudio de los granos de polen de la Santa Sábana- de la presencia del sudario de Cristo, entre las reliquias escondidas en aquellos tiempos de confusión. Nos consta el testimonio del peregrino cristiano Antonino –año 530- que afirma que le fue enseñado un monasterio construido entre los peñascos que dan al valle del Jordán. El convento había sido erigido allí porque, según la tradición, entre aquellas peñas se había escondido el sudario que envolvió el cuerpo muerto del Señor. “Yo no lo he visto”, afirma Antonino refiriéndose al sudario, porque ya no estaba allí. Otro testimonio es el de S.Jerónimo, traductor de la Vulgata, que vivió en Tierra Santa largos años como eremita y estudió hebreo con un rabino judío. Tuvo ocasión de viajar a la actual Alepo donde conoció a un grupo cristiano descendiente de los evadidos del 66. Allí tuvo en sus manos una obra de la que sólo quedan fragmentos, el Evangelio de los Judíos. Nos dice que en ese libro se afirmaba que el sudario de Cristo se había confiado a Pedro. Esto lo descubrió el ingles Dodd en 1930. Lo que él tradujo por petrte –Pedro- se había traducido hasta entonces por puerte – niño - La falta de sentido del texto hizo que a lo largo de los siglos no se le prestara importancia.



Los judeocristianos huidos tras esconder junto al Mar Muerto sus objetos mas preciados siguieron camino hacia Pella y el lugar del escondite de las santas reliquias se conservó en piadoso secreto. Tras el levantamiento de Bar Kocheba , la segunda guerra judía y la total destrucción de Jerusalén por Adriano en el 131, muchos judeocristianos refugiados en la Decápolis huyeron más lejos, a los límites septentrionales del imperio. Dada la continuación de esta historia, que veremos en los siguientes apartados, y, nuevamente, el análisis de los pólenes, lo lógico es pensar que antes de marchar hacia el norte alguien fue a recoger los objetos sagrados escondidos entre ellos el Santo Lienzo, a las escarpadas montañas que dan al Yam Hammélah, el mar Muerto. Sólo para un cristiano tenía valor aquel sudario: para los judíos el lienzo que había cubierto un cadáver ensangrentado era Shatnez, impuro legalmente.



LA LEYENDA DE ABGAR
Según la tradición, Abgar era un toparca del pequeño reino de Edessa, al este del imperio romano. Muy enfermo de lepra se enteró de que cerca de Jerusalén vivía un tal Jesús de Nazareth, que realizaba muchos milagros. Le envió un mensajero y se intercambiaron cartas. Finalmente, encargó a uno de sus artistas que fuera a Judea y dibujara el rostro del profeta judío, lo que le resultó imposible por los resplandores que despedía. Esa luz grabó en la tela la imagen del santo rostro. Abgar al verla sanó.
Tras las leyendas suelen existir hechos históricos transformados, maquillados y amplificados por la piedad popular y a veces también la culta. La leyenda de Abgar no es una excepción. Si tuvo tanto éxito en Oriente – como siglos después tendría en Europa la de la Verónica- fue porque la ciudad de Edessa poseía realmente un lienzo en que veían los trazos de un rostro del que se afirmaba que era el del Salvador...




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