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viernes, 31 de agosto de 2012

Diálogo de la transustanciación

Salve Maria! queridos seguidores de nuestro blog! hoy he encontrado un interesante dialogo de la Santisima Trinidad sobre la Eucaristia, en un libro muy bueno del Padre Carlos Buela titulado "Nuestra Misa"... Me pareció bueno escribirlo y publicarlo aqui, espero que les guste... El Señor os bendiga a todos.

Diálogo 


Dijeron los Tres a una: – «Hagamos la Eucaristía».
I
– «Que sea obra de mi infinito poder todopoderoso más grande que la creación del mundo», dijo el Padre.
Dijo el Hijo: – «Donde yo esté presente, verdadera, real y sustancialmente, con mi Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad para ser comido por los hombres».
– «Que me invoquen a mí en la epíclesis pre–consecratoria para que se transusbstancie la materia del sacrificio, y en la epíclesis post–consecratoria para que los fieles se aprovechen de la Víctima inmolada», agregó el Espíritu Santo.
Dijeron los Tres a una: – «Amén».
Insistió el Padre: – «Que sea monumento vivo de mi infinito amor misericordioso».
– «Que por ser representación, memorial y aplicación del sacrificio de la cruz lo perpetúe hasta el fin de los tiempos», acotó Jesucristo.
– «Yo haré que los fieles puedan unir sus sacrificios espirituales al sacrificio de Cristo en la cruz», sostuvo el Espíritu Santo.
Dijeron los Tres a una: – «Amén».

– Todavía dijo el Padre: – «Será una obra maestra tal de mi infinita sabiduría que ni yo la podré superar».
Insistió el Hijo: – «En ella brillará mi sacerdocio Sumo y Eterno, y la participación del mismo en el sacerdocio ministerial y en el bautismal, que lucirán en perfecta comunión».

– «Será el mayor y más importante acto de culto, verdadero monumento perenne de fe, de esperanza y de amor, que se dirigirá al Padre, por el Hijo, en mí, el Espíritu Santo».
Dijeron los Tres a una: – «Amén».
II
Decía la Madre al Hijo: – «Niño mío, entiendo que debas morir en la cruz para salvar a todos los hombres, tus hermanos, pero ¿qué sacrificarán ellos?».
– «Habrá un sólo y único sacrificio a través de todos los tiempos, el de la cruz, pero el mismo y único sacrificio se perpetuará de otra manera».
– «¿De qué manera?».
– «De manera sacramental, es decir, no en mi especie propia sino en especie ajena».
– «Si bien entiendo me dices que tú y tu sacrificio permanecerán por los siglos, pero como disfrazados bajo otra apariencia. ¿Cuál apariencia?».
– «¡Madre, será bajo la apariencia de pan y vino! Por eso Caná, y el milagro de la Tagba, y el discurso del pan de vida en Cafarnaún. Por eso son figuras de la Eucaristía la oblación de Melquisedec, los sacrificios de la Ley antigua –en especial el de expiación–, el maná en el desierto y el Cordero pascual».
– «Muy bien, mi Niño».
– «Y tú, Madre, estarás presente en todo sacrificio sacramental, que es obra mía y de toda la Iglesia, por estar vos unidísima a mí y a mi Iglesia, y porque al echarse la partícula en el cáliz se simbolizará, también, tu cuerpo resucitado»

III
En el cielo, formando un corrillo hablaban en voz baja un grupo de ángeles, habitualmente muy bullanguero. Uno decía: – «Pero, ¿no basta con el sacrificio de la cruz que tiene valor infinito?». De refilón lo escuchó un arcángel que tenía autoridad, serio, enjuto, hierático, casi trasparente por la penitencia, que lo reprendió con acritud con su tonada apentagramada:
– «Che, Habacuc, no digás zonceras», dijo el ángel, al parecer argentino.
– «¡¿Mande?!», dijo el primero, con acento ecuatoriano.
– «Escuchemos al ángel del sacrificio», dijo el segundo, e indicando silencio llevó su dedo espiritualizado sobre su boca espiritual.
Intervino, solemne, el ángel del sacrificio: – «El sacrificio de la cruz alcanza y sobra para limpiar todos los pecados, de todos los hombres, de todos los tiempos. No hace falta otro sacrificio, sino que, como no debe extinguirse el sacerdocio de Jesucristo por su muerte, y como exige la naturaleza sacramental de los hombres dotados de cuerpo y alma, es necesario que el sacrificio de la cruz se perpetúe visiblemente, en especie ajena o sacramental».
– «¡Lo necesitamos!», gritaron los hombres y mujeres de todos los tiempos.
– «¡También nosotros lo necesitamos!», agregaron como en un eco las benditas almas del purgatorio. (Ambos grupos se enteraron por las perfectas comunicaciones que existían en el sistema de la comunión de los santos).
Se acerca Melquisedec a Abraham y le pregunta:
– «¿Qué ha pasado?».

– «La figura ha cesado».
Como reguero de pólvora corrió la noticia entre los patriarcas y profetas. Le dicen a Malaquías:
– «Se ha dado cumplimiento a tu profecía: Ya se ofrece el sacrificio desde donde sale el sol hasta el ocaso (Ml 1,11)».
– Y a San Juan Bautista: – «Todos repetirán tus palabras: Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».
La alegría era inmensa. Se imponía festejar. Aparecieron los ángeles musiqueros y amenizaron la velada con varios enganchados de música celestial. Miríadas y miríadas de ángeles hacían graciosas y divertidas rondas en el cielo, como lo harían luego en cada lugar donde se celebrase la Eucaristía y cantando con los fieles el Sanctus. Como es sabido para San Juan Crisóstomo el altar está rodeado de ángeles y San Gregorio Magno a la hora del sacrificio ve abrirse el cielo y bajar los coros de los ángeles. En la sala de situación del cielo delante de una gigantesca pantalla de cuarzo líquido espiritualizado, donde aparecían miles y miles de luces encendidas en el mapamundi, los ángeles del servicio hacían largas listas de turnos para asistir a las Misas que se celebrarían en cada punto iluminado de la pantalla.
El ambiente, por decirlo de alguna manera, se puso más diáfano, gracioso y sereno. Un como sublime arco iris etéreo, aumentando de intensidad, pero sin lastimar los ojos, lo iluminaba. ¡Era la paz celestial!
IV
El pan y el vino dijeron: – «¿Qué pasará con nosotros?».
– «La sustancia de ustedes desaparecerá totalmente», respondió Dios.
– «¿A dónde iremos?», preguntaron. Y retrucaron: – «¿Iremos a la materia preexistente? O, ¿tal vez seremos aniquilados?».




– «¡No!», se escuchó decir a Dios. «Ni lo uno ni lo otro. Se convertirán».
– «¿Quién tomará nuestro lugar?».
– «El Cuerpo y la Sangre de mi Hijo. Esta conversión es única y singularísima, por eso tiene nombre propio, se llama: ¡Transustanciación!. Por la que no queda nada de la sustancia del pan, ni nada de la sustancia del vino, que se transelementan, se transustancian».
Se escucharon varias voces que decían: – «Nosotras también nos iremos porque inherimos en la sustancia como en un sujeto».
– «¿Quiénes son ustedes?», preguntó un ángel.
– «Yo soy el color», dijo una.
– «Yo el sabor», dijo otra.
– «Yo el peso».
– «Yo el tamaño».
– «Yo la medida».
– «Yo soy el olor».
– «Yo soy la figura».
– «Yo…».
– «Basta ya entendí, pero juntas ¿cómo se llaman?», interrumpió el ángel.
Todas hablaron al mismo tiempo y no se entendía lo que decían (no por nada son de género femenino).

– «¡Silencio! Una por vez».
– «Nos llamamos especies…».
– «También apariencias…».
– «Otros nos dicen accidentes, en el sentido metafísico de la palabra…».
– «Ustedes permanecerán», sentenció Dios.
Ellas preguntaron una vez más: – «¿Dónde seremos sustentadas, quién nos sostendrá?».
– «Será mi divino poder».
– «Señor, no lo tomes a mal, pero nunca se ha visto que las especies no se sustenten en una sustancia».
– «No será así en la Eucaristía, que es hecha por mi sólo poder».
– «Eso quiere decir que nosotras que desde la creación del mundo y aún durante los cielos nuevos y la tierra nueva, existimos y existiremos porque estamos en un sujeto que es la sustancia, ¿sólo en la Eucaristía existiremos sin sujeto de inhesión?».
– «¡Sí. Así es!».
– «¡Pero eso es un milagro!».
– «¡Un milagro, y muchos y miles y millones! No es perezosa mi mano, ni se cansa mi brazo. Una, muchas, miles y millones de veces he de intervenir en la historia del hombre, para que los hombres y mujeres entiendan que mi infinito poder es misericordioso y providente».
– «Y, ¿porqué nos tenemos que quedar nosotras?»

– «Por razón de signo. Por ustedes se conocerá lo que debajo de ustedes habrá».
V
Un grupo de jóvenes bullangueros hacía muchas preguntas a alguien a quien las nieves del tiempo cubrían –es una manera de decir– la sien.
Uno de ellos preguntó: – «¿Cuál es la razón de que nuestro Señor haya elegido materia doble para el sacramento de la Eucaristía?».
– «La razón es doble», se escuchó.
Impaciente otro preguntó: – «¿Cuál es la primera razón?».
– «Por razón de ordenarse el sacramento a ser comida espiritual y siendo esta parecida a la comida corporal, así como para ésta es necesario el manjar, que es el alimento sólido, y la bebida, que es el alimento líquido, dos cosas concurren a integrar este sacramento, el manjar espiritual y la bebida espiritual, según el Evangelio: Mi Carne es verdadera comida y mi Sangre verdadera bebida (Jn 6,50)».
Saltó un tercero: – «¿Y la segunda razón?».
– «Por razón de la representación del sacrificio de la cruz. Allí la sangre se separó del cuerpo. Aquí la oposición a la otra especie y a la otra forma, muestra su sangre como separada de su cuerpo, como en la cruz, por tanto aparece su cuerpo como muerto y exangüe, desangrado. La Sangre consagrada separadamente del Cuerpo es representación viva y eficaz de la Pasión del Señor».
– «¿Cuál es la parte principal?», se animó a indagar otro.
– «La consagración de la Sangre es la parte principal de la perpetuación del sacrificio de la cruz que se verifica en la Misa, ya que representa el misterio mismo de la Redención de Cristo obrada por la efusión de la sangre. Y es menester primero la consagración del Cuerpo, que es el sujeto de la Pasión, ya que en la Pasión el cuerpo fue lacerado y separado de su sangre en el momento de la muerte».
Se hizo un largo silencio. Luego el mismo terminó de hablar:
– «¡No hay en el mundo cosa más grande que la Misa!».
VI
Se oyó una voz muy dulce, tan dulce como la Palabra de Dios. Los ángeles parecían acaramelados. Era la Madre Virgen:
– «Dónde está mi Hijo y su Iglesia, allí estoy yo».



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