“ Illumina Domine Vultum Tuum super nos ”

martes, 18 de septiembre de 2012

APRENDIZAJE DE LA ORACIÓN por San Francisco de Sales



Práctica de oración:

a) Ponerse en presencia de Dios con alguna de estas ideas:
- Pensar que Dios está en todas partes.
- Dios está en tu corazón y alma.
- Considera al Salvador que nos contempla desde el cielo.
- Imagínate al Salvador junto a ti.

b) Invocar a Dios
Tu alma, al sentirse en la presencia de Dios, se postra ante El en señal de reverencia, ... su divina Bondad quiere que esté ante El, solicita la gracia de servirle y adorarle en la meditación.

c) Entrar en el misterio por la imaginación
Con una representación del misterio de Jesús a meditar encerramos nuestro espíritu para que no corra alocado de acá para allá.

d) De la imaginación a la inteligencia: la consideración
Meditación es una o más consideraciones hechas a fin de mover nuestros afectos hacia Dios o las cosas divinas. Si tu espíritu encuentra satisfacción, luz y fruto en alguna de las consideraciones, detente en ella sin pasar a otra... si no encuentras gusto pasa a otra... has de proceder sencillamente y sin prisa.

e) De la inteligencia a la voluntad (o parte afectiva de nuestra alma)
La meditación despierta buenos sentimientos en la parte afectiva de nuestra alma: el amor a Dios y al prójimo, el deseo del paraíso y de la gloria eterna, el celo por la salvación de las almas, la imitación de Cristo, la compasión, la admiración, la alegría, la tristeza por la ofensa a Dios; el temor al juicio y al infierno, el horror al pecado, la confianza en la bondad y misericordia divina, la confusión por la mala vida pasada; en estos afectos nuestro espíritu se debe explayar lo mas posible...
No te detengas mucho en los afectos generales. Los afectos especiales debes convertirlos en resoluciones especiales para tu corrección y enmienda...
Por ejemplo Nuestro Señor en la cruz despertará un afecto en tu alma: el deseo de perdonar a tus enemigos y de amarlos. Esto es poco si no añades un propósito especial: "No me sentiré molesto con las bromas de fulano."
De esta manera corregirás tus faltas en poco tiempo, de otra manera lo conseguirás tarde y mal.

f) Privilegiar siempre el movimiento del amor en la oración
Te ocurrirá alguna vez que inmediatamente tu afecto se sentirá movido hacia Dios; entonces dale rienda suelta.

g) De la oración a la acción
Así como cuantos pasean por un jardín salen con cuatro o cinco flores para olerlas en la jornada... a fin de recordarlos en el día y olerlos espiritualmente.
Pon tu espíritu frecuentemente en la presencia de Dios (con las cuatro alternativas del inciso a).

h) La oración continua más allá del tiempo de oración: aspiración y retiro espiritual
Elévate frecuentemente a Dios con breves y ardientes aspiraciones de tu alma; admira su bondad, invoca su ayuda, arrójate en espíritu al pie de la Cruz, adora su bondad, pídele que te conceda la salvación, ofrécele mil veces al día tu alma, clava tu mirada interior en su corazón, tiende las manos hacia El, como el niño pequeño a su padre, a fin de que El te guíe...

Adaptado de: Las páginas más bellas de San Francisco de Sales, Burgos, Editorial Monte Carmelo, 2005, p. 159.
LA ORACIÓN ININTERRUMPIDA


La oración ininterrumpida consiste en mantener el espíritu sometido a Dios con una gran reverencia y un gran amor, sostenerlo en la esperanza de Dios, realizar en Dios todas nuestras acciones y vivir en Él todo lo que nos sucede.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

CRISIS DEL INTELECTO


Por Profesor Gregorio Cataldi

Una rápida mirada a la “aldea global” informa que la humanidad atraviesa una crisis que acaso, no haya tenido otra igual en la historia, al menos, en la paraguaya. Y esta crisis política, social, cultural y religiosa se corresponde con la crisis de la razón, que pretende constituirse en brújula de la vida humana. Esta crisis de la razón se ha convertido mas tarde en crisis de autoridad, de la convivencia humana y de las ideas mismas.

Así las cosas, uno se pregunta ¿qué idea se respeta, qué idea se salva en este mar de confusión social, donde cada quien hace lo que quiere sin ser mínimamente importunado; qué idea hay de Dios, que con su misericordia y luz pueda orientar este descarrío? Hay crisis de fe y simultáneamente, crisis de la razón, con delirio de autosuficiencia.

El caos y la confusión de ideas, de derechos y deberes, no desaparecerá mientras no miremos a las cosas a través de la luz de la fe, la única capaz de descubrirnos en la persona del prójimo, por encima de las apariencias de pobre o rico, amigo o enemigo, compatriota o extranjero, a un hermano nuestro investido por Dios de derechos inviolables y dignos siempre de nuestro respeto y consideración, afirma el P. José  M. Arizmendiarrieta.

Esta sociedad posmoderna que cultúa sólo el conocimiento, tiene el sello del fracaso como humano. ¿Cómo explica esta sociedad que tanto cacarea de tecnociencia y que se jacta de avanzar en tecnologías, produzca cada vez más desposeídos, harapientos, ignorantes y enfermos? El hombre tecnita, el pretendido rey de la creación se ignora a sí mismo, desconoce su dignidad. Se torna un ser desgraciado – aun con dinero – porque es juguete, piltrafa o una cosa cualquiera que no merece respeto, porque no se hace respetar.

Muchas autoridades han perdido credibilidad, la ética es aceptada pero no practicada, los valores han sido destrozados por descabelladas ideas posmodernas, el relativismo se ha adueñado del corazón y mente del hombre y éste, se ha convertido en una bestia que persigue sus instintos (no la razón) sin freno ni barrera. La justicia para unos es sed de venganza y para otros es aniquilación del prójimo. ¿Puede negarse esta realidad dolorosa?

El hombre de la era del conocimiento,  bufón del sindicato de vedettes intelectualoides y popes de la moral para maniquíes (al decir de Mounier), vive periodos de “explosión de delirio” y furor incontrolable que ciega su entendimiento, tanto que le carcome una perturbación mental tan fuerte: su propia excelencia y deificación cyberantropo, por lo que, aun los mayores crímenes que pudieran cometerse, procurará disfrazarlo y justificarlo racionalmente.

El intelecto débil y enfermo encontrará su curación y alivio cuando humildemente  acepte las verdades eternas. Fe y razón deben transitar juntas. La creatura nunca será superior al Creador. La inteligencia no debe olvidar esta verdad.

La paz y la justicia sólo serán posibles cuando el hombre busque, encuentre y viva altos ideales. No con mitos como: igualdad de género, patria -sin patriotas-, información, instrucción y demás gastadas expresiones que cansan los oídos, saturados de mentiras.

Por favor, no se escandalice de lo que digo, que no hago más que señalar un hecho, sin aludir a persona alguna.

El Santísimo Nombre de María

El nombre de María, es nombre de salvación para los regenerados, señal de todas las virtudes, honra de castidad; es el sacrificio agradable a Dios; es la virtud de la hospitalidad; es la escuela de santidad; es, por fin, un nombre completamente maternal (San Pedro Crisólogo).


El nombre de María es como un bálsamo que corre agradablemente sobre los miembros de los enfermos y los penetra con eficacia. Es semejante a este óleo, que por sus unciones, reanima y suaviza, da fuerza, flexibilidad y salud. Mucho más que el nombre de todos los Santos, el de María nos reposa de nuestra fatiga, cura todos nuestros males, ilumina nuestra ceguera, conmueve nuestra obstinación y nos da coraje para enfrentar nuestro desánimo. María es la vida y la respiración de sus servidores, la salud de los enfermos, el remedio de los pecadores. Ricardo de San Víctor, interpretando estas palabras del Eclesiástico (VII, 2): “Es mejor el buen nombre que los preciosos bálsamos”, las aplica a la Bienaventurada Virgen: “El nombre de María cura los males del pecador con mayor eficacia que los ungüentos más buscados; no hay enfermedad, por desastrosa que sea, que no sucumba inmediatamente a la voz de este bendito nombre".
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El nombre de María abre el corazón de
Dios y pone todos sus tesoros a
disposición del alma que lo invoca.
Nuestro Divino Salvador, si no recuerdo mal, nos lo quiso recomendar cuando, resucitando entre los muertos, el primer nombre que salió de sus labios fue el de María.
En efecto, dirigiéndose a Magdalena, la primera a quien Él apareció después de su Resurrección, le dijo (Juan XX, 16): “María”, para nosotros significa que el nombre de María encierra la vida en sí mismo y se armoniza también con la vida inmortal, que merece ser la primer palabra en salir de la boca del Salvador, que ya poseía la inmortalidad. Esta reflexión es hecha por Cesáreo, en su homilía sobre la Visitación.

Nombre que desarma y abre el corazón de Dios, en favor de los hombres

Y añadimos con el Padre J. Guibert, que así se expresa en su Meditación para la fiesta del Santo Nombre de María: “El nombre de María desarma el corazón de Dios. No hay pecador, por más criminal, que pronuncie en vano ese nombre. Aunque mereciese, por sus faltas, toda la cólera del cielo, él queda protegido como por un pararrayos, después que pronuncia el nombre de María".
A este nombre, el perdón desciende infaliblemente sobre las almas de los pecadores, no porque Ella tenga el derecho de concederlo, pero porque es omnipotente para implorarlo – Omnipotencia suppex. El nombre de María abre el corazón de Dios y pone todos sus tesoros a disposición del alma que lo invoca.
La historia nos enseña que una multitud de Santos piadosos hicieron el voto de jamás rechazar una limosna que les fuese pedida en tal o cual nombre. Así que escuchaban el nombre amado, ellos siempre daban hasta el último óbolo y hasta sus propias ropas. El nombre de María tiene ese poder mágico sobre el corazón de Dios. Dios Hijo, Jesucristo, entrega todo lo que tiene a aquellos que les extienden la mano en nombre de su Madre; Dios Padre, fuente de toda riqueza, concede toda gracia a aquellos que mendigan delante suyo, invocando el nombre de su Hija Bien amada. (...)

Nombre de salvación y de alegría

El nombre de María es un nombre salvador, sobre todo en los peligros de orden moral. ¡Cuántas tentaciones fueron vencidas, cuántos pecados evitados, cuántos corazones inmundos purificados, cuántas penosas confesiones extraídas de almas que se creían para siempre cerradas!
Es también un nombre de consolación y de alegría. Él disipa la tristeza en el alma que lo pronuncia. ¿Tienes miedo de Dios y de su juicio? Pensad en María e invocad su nombre: vuestra confianza en Dios renacerá. ¿Tienes miedo de los hombres, delante de los cuales te cubriste de vergüenza y perdiste la reputación? Pensad en María e invocad su nombre: y no tendréis más recelo de levantar los ojos delante de vuestros semejantes. ¿Os aplasta el peso de la humillación o del dolor físico? Pensad en María, invocad su nombre y seréis aliviados. ¿Temes a la muerte horrible que rompe y pone fin a todo? Pensad en María, invocad su nombre y tendréis el coraje de aceptar ese supremo sacrificio.

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 "Este nombre tiene más virtud que el de todos los nombres
de los Santos para consolar a los débiles, curar a los enfermos,
iluminar a los ciegos, ablandar corazones endurecidos, fortificar
a los que combaten, animar a los cansados
y derribar el poder de los demonios".
Nombre de fuerza

El nombre de María, en definitiva, es un nombre de fuerza. Cualesquiera que sean los enemigos que os amenazan, vengan ellos del Infierno, como el demonio que os tienta; o vengan del mundo, como los adversarios que os persiguen, invocad el poderoso nombre de María y a todos venceréis.
Cualesquiera que sean vuestras propias flaquezas, provengan ellas del orgullo, de la envidia, de la sensualidad o de la pereza, confiad vuestro débil corazón a la solicitud de la Virgen, invocad el poderoso nombre de María y os venceréis a vosotros mismos.

Precioso tesoro de la Santísima Trinidad

Recogiendo opiniones de los santos Doctores sobre el nombre de María, San Juan Eudes nos trae esta admirable síntesis:
“El nombre de María, dice San Antonio de Padua, es júbilo para el corazón, miel para la boca y dulce melodía para los oídos".
“Bienaventurado el que ama vuestro nombre, Oh María (es San Buenaventura quien habla), porque este santo nombre es una fuente de gracias que refresca el alma sedienta y produce frutos de justicia".
“Oh Madre de Dios, dice el mismo Santo, qué glorioso y admirable es vuestro nombre. El que lo lleva en su corazón se verá libre del miedo de la muerte. Basta con pronunciarlo para hacer temblar a todo el infierno y expulsar a todos los demonios. Los que desean poseer la paz y la alegría en el corazón, que honren vuestro santo nombre".
“El nombre de María, dice San Pedro Crisólogo, es nombre de salvación para los regenerados, señal de todas las virtudes, honra de castidad; es el sacrificio agradable a Dios; es la virtud de la hospitalidad; es la escuela de santidad; es, por fin, un nombre completamente maternal".
“Oh amabilísima María, exclama San Bernardo, ¡vuestro santo nombre no puede pasar por la boca sin abrazar el corazón! Los que os aman no pueden pensar en Vos, sin un consuelo y un gozo muy particular. Nunca entras sin dulzura en la memoria de los que os honran”.
“Oh María, dice San Abad Raimundo Jordán, llamado el Idiota, la Santísima Trinidad os dio un nombre que, después del de vuestro Hijo, está por encima de todos los nombres; nombre a cuya pronunciación deben doblar las rodillas todas las criaturas del Cielo, de la tierra y del Infierno, y toda lengua confesar y honrar la gracia, la gloria y la virtud del santo nombre de María. Porque, después del nombre de vuestro Hijo, no hay quien sea tan poderoso para asistirnos en nuestras necesidades, ni de quien debamos esperar más ayuda de la que necesitamos para nuestra eterna salvación".
“Este nombre tiene más virtud que el de todos los nombres de los Santos para consolar a los débiles, curar a los enfermos, iluminar a los ciegos, ablandar corazones endurecidos, fortificar a los que combaten, animar a los cansados y derribar el poder de los demonios” (...).
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  El nombre de María es un nombre salvador,
sobre todo en los peligros de orden moral.
¡Cuántas tentaciones fueron vencidas, cuántos
pecados evitados, cuántos corazones inmundos
purificados, cuántas penosas confesiones
extraídas de almas que se creían
para siempre cerradas!
Escuchemos a San Germán de Constantinopla: “Al igual que la respiración, dice, es no sólo el signo, sino también la causa de la vida, así que cuando véis cristianos que con frecuencia tienen el santo nombre de María en sus bocas, es señal que están vivos con la verdadera vida. El cariño especial que tienen para este sagrado nombre, da vida a los muertos, conserva la vida y los llena de gozo y bendición”.
En una palabra, quien dice María, dice el más precioso tesoro de la Santísima Trinidad, como afirma Orígenes. Quien dice María, dice el más admirable ornamento de la casa de Dios. Quien dice María, dice la gloria, el amor y las delicias del Cielo y de la Tierra.

Nombre terrible para los demonios

Concluímos con estas fervorosas palabras del venerable Tomás de Kempis, respecto del glorioso nombre de la Madre de Dios:
Los espíritus malignos tiemblan ante la Reina de los Cielos, y huyen como se corre del fuego, al escuchar su santo nombre. Les causa pavor el santo y terrible nombre de María, que para el cristiano es en extremo amable y es constantemente celebrado.
No pueden los demonios comparecer ni pueden poner en juego sus artimañas donde ven resplandecer el nombre de María. Como el trueno que resuena en el cielo, así caen derribados al escuchar el nombre de Santa María. Y cuanto más a menudo se profiere este nombre y más fervorosamente se invoca, más rápido y más lejos se escapan.

Nombre que debe ser continuamente invocado

De otro lado, los Santos Ángeles y los espíritus de los justos se alegran y se regocijan con la devoción de los fieles, al ver con cuánto afecto y frecuencia celebran esta memoria de Santa María, cuyo glorioso nombre aparece en todas las iglesias de la tierra, especialmente en las consagradas en su alabanza. Y es justo y digno que encima de todos los Santos sea honrada en la Tierra la Madre de Dios, a quien los Ángeles veneran todos a una sola voz, con sublimes cantos.
Sea por tanto el nombre de María venerado por todos los fieles, siempre amado por los devotos, vinculado a los religiosos, recomendado a los seglares, anunciado por los predicadores, infundido a los afligidos, invocado en todos los peligros.

(Clá Dias, João - Pequeño Oficio de la Inmaculada Concepción Comentado, Artpress, São Paulo, 1997, p. 299 a 303)

sábado, 1 de septiembre de 2012

LA SANTA ESCLAVITUD A MARÍA


La “Santa Esclavitud”, es una forma de Consagración a la Virgen, que tuvo sus inicios desde los primeros siglos, y que con el correr de los tiempos fue tomando forma. Son muchos los personajes de la iglesia que se sintieron atraídos y propagaron esta “Santa Esclavitud” a la Santísima Virgen María, hasta el punto de declararse «siervos suyos». 

San Odilón, fue uno de los primeros en adoptar esta forma de consagración. Públicamente se consagró a la Virgen como esclavo suyo. Después de haber sido curado milagrosamente por intercesión de la Virgen, se fue en peregrinación al santuario de Nuestra Señora del Puy, y delante de todos se puso una soga al cuello para consagrarse a la Virgen:

«¡Oh Virgen piadosísima y Madre del Salvador de todos los siglos!, de ahora en adelante tómame a tu servicio y sé mi abogada misericordiosa en todos mis asuntos. Después de Dios, nadie me es tan cerca como tú. Con plena libertad, me entrego para siempre a tu servicio como esclavo.»

LOS QUE MÁS CONTRIBUYERON A SU DIFUSIÓN

Hay testimonios que señalan a fray Juan de los Ángeles (1536-1609) y Melchor de Cetina (franciscanos), como los primeros en escribir obras teológicas sobre la “Santa Esclavitud”.

San Simon Rojas
San Simón de Rojas (1552-1624) fundó una cofradía de los esclavos de la Virgen y la difundió sobre todo en España. Muy famosa y conocida es su frase: “Sea yo todo tuyo, oh María, y no tendré nada que temer”
De acuerdo con los estudios realizados, ha quedado establecido, que quien que le dio forma y contenido a la “esclavitud mariana” fue el P. español Bartolomé De los Ríos (1552-1624). Él la dio a conocer en Europa. Suya es esta consagración que ofreció a la Virgen:

“Voluntad de Dios es que tengamos todas las cosas por Ti. Por tanto, a ti me doy, me ofrezco y me consagro eternamente con toda mi alma, desde lo más íntimo de mi corazón, de tal modo que es mi propósito -sin esperanza de cosa alguna ni temor a nada- servirte con rendida esclavitud; este es mi propósito, esta mi determinación, esta mi voluntad”.

Al llegar esta “nueva forma de consagración” a Francia, se atribuye a Pedro de Bérulle, de ser el iniciador de la “cruzada” de donación a Jesús y María. Luego le seguirían Enrique María Boundon y en especial San Luis María Grignión de Montfort que se constituyeron en los grandes propagadores de la Santa Esclavitud a María. Cabe destacar que San Luis María Grignión de Montfort se inspiró primordialmente en los escritos de Enrique María Boudon, cuyo libro era uno de los que tenía de cabecera.

Boundon, discípulo de San Juan Eudes le cupo la gracia de definir magistralmente lo que significa la Santa Esclavitud a María. Boundon la definió así:

“Es una santa transacción que se hace con la Reina del Cielo y de la tierra, por la cual se le consagra su libertad para formar parte del número de sus esclavos, haciéndola dueña absoluta de su corazón, cediéndole todo el derecho que se tiene sobre todas las buenas cosas y entregándose enteramente al servicio de su grandeza”.

VOTO DE CONSAGRACIÓN DE PEDRO DE BÉRULLE

El voto de consagración que hizo Pedro de Bérulle a la Santísima Virgen María es uno de los más famosos que se conoce:

“Yo me dedico y consagro a Jesucristo, mi Señor y mi Salvador, en estado de perfecta esclavitud, y a su Santísima Madre, la Sagrada Virgen María. En honor perpetuo de la Madre y del Hijo, yo quiero estar en estado y cualidad de esclavitud con respecto a la que tiene estado y cualidad de Madre de Dios... Renunció al poder y la libertad que tengo de disponer de mí y de mis acciones; cedo este poder a la Santísima Virgen y la coloco eternamente en sus manos como homenaje a sus grandezas y perfecta sumisión que Ella hizo de sí misma a su Hijo único, Jesucristo, Nuestro Señor... Yo le doy mi ser y mi vida y todas las condiciones, circunstancias y propiedades que le acompañan.

En este espíritu y con esta intención me dirijo a Vos, oh Santísima Virgen, y os hago una oblación entera, absoluta e irrevocable de todo lo que yo soy por la misericordia de Dios en el ser y en las órdenes de la naturaleza y de gracia, de cuanto de ellos depende, y de todas las acciones que yo haga en toda mi vida; Porque yo quiero que todo cuanto es mío sea vuestro; quiero que el poder y la gracia que se me ha dado se emplee en orientarme a mí y cuanto hay en mí a vuestro honor y homenaje; os escojo, oh Virgen Santa, y os considero en adelante como el único objeto al cual después de vuestro Hijo y bajo su dependencia, hago entrega de mi alma y de mi vida, así interior como exterior y cuanto, en general, me pertenece.

Pongo mi vida y mi alma en estado de relación, dependencia y vasallaje con respecto a Vos; quiero que mi vida de naturaleza y de gracia y de todas mis acciones sean para Vos en calidad de tales, como cosa que os pertenece por mi estado y condición de vasallaje hacia Vos...; Os ofrezco mi vida y mis acciones en honor de vuestra vida y de vuestras acciones..; Y si conociera un estado de mas bajeza y sumisión, y que mejor correspondiera al exceso de vuestras grandezas, yo lo escogería como homenaje y amor hacia Vos, y quiero que en virtud de mi presente intención, cada momento de mi vida y cada una de mis acciones os pertenezca como si yo os las ofreciera todas en particular. Así os ofrezco todo lo que soy y todo lo que puedo para tributar homenaje a todo lo que Vos sois, oh Virgen Madre de Dios.

Quiero... venerar singularmente vuestra maternidad, vuestra soberanía, vuestra santidad; vuestra maternidad, porque ella os une a Dios con un lazo que es exclusivamente vuestro, y os confiere un alto grado de afinidad con Él, que nadie hubiera jamás osado pensar; vuestra soberanía, porque esta cualidad de Madre de Dios os reviste no sólo de una gran eminencia, sino también de gran poder y dominio sobre todas las criaturas, como Madre que sois del Creador.

¿Habrá espíritus tan poco iluminados con la luz de nuestros misterios y tan insensibles a vuestras grandezas, oh Virgen Santa, que se atrevan a objetar a este dominio y a esta suerte de esclavitud...?Que salgan de sus tinieblas y se eleven por encima de la pequeñez de sus sentidos; que contemplen a Dios y a sus criaturas; y a la luz de Dios verán que toda santidad lleva consigo una suerte de grandeza, de dignidad y de dominio; verán que las criaturas, por ser tales, han nacido en servidumbre, que este estado les es connatural...
En honor, pues, de vuestra santidad, de vuestra maternidad y de vuestra soberanía, yo me dedico y consagro todo a Vos, oh Virgen de las vírgenes, oh Santa de los santos...; yo quiero y deseo con toda mi alma que Vos tengáis un poder especial sobre mi alma, sobre mi estado, mi vida y mis acciones, como una cosa que os pertenece así por título de vuestras grandezas como por un derecho nuevo y particular en virtud de la elección que yo hago de depender eternamente de vuestra santidad, de vuestra maternidad, de vuestra soberanía a razón de esta mi esclavitud que ofrezco para siempre”.

San Luis Maria Grignion de Montfort

VOTO DE CONSAGRACIÓN DE SAN LUIS GRIGNIÓN DE MONTFORT

es uno de los votos de esclavitud mariana más famosas en la Santa Iglesia... Para comprenderlo mejor les invito a leer un precioso libro titulado: "Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen"; la consagración es la que sigue:

CONSAGRACIÓN A JESUCRISTO, LA SABIDURÍA ENCARNADA,
A TRAVÉS DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

“¡Oh Eterna Sabiduría del Verbo Encarnado! ¡Oh Dulcísimo y Adorabilísimo Jesús! ¡Sois Verdadero Dios y Verdadero Hombre, Hijo Unigénito del Padre Eterno, y de la Bienaventurada siempre Virgen María! Os adoro profundamente en el Seno resplandeciente de Vuestro Padre Celestial por toda la eternidad. También adoro a la Encarnación Vuestra en el Seno Virginal de Vuestra dignísima Madre, María Santísima.

Os doy gracias por haberos aniquilado, tomando la forma de un esclavo, para rescatarme de la esclavitud cruel del demonio. Os alabo y glorifico por haberos sometido plenamente a María, Vuestra Madre Santísima; y esto para convertirme en Vuestro fiel esclavo, por mediación de Ella.

Mas, ¡ay de mí! He sido ingrato e infiel. No he cumplido las solemnes promesas que hice en mi Bautismo, y siento que no he cumplido mis obligaciones, no merezco ser llamado Vuestro Hijo; ni siquiera, Vuestro esclavo. Ya que no hay nada en mí que no merezca Vuestra cólera, y Vuestra repulsa, no me atrevo presentarme a solas, ante Vuestra Santa y Augusta Majestad. Por esta razón, acudo a Vuestra Santísima Madre; pues me la habéis preparado y asignado como Medianera, ante Vuestra Divina Presencia.

A través de Ella espero obtener la verdadera contrición, el perdón de mis pecados, y la gracia de adquirir y preservar la sabiduría.

¡Salve, Oh María Inmaculada, Tabernáculo Viviente de la Divinidad! ¡La Sabiduría Divina se ha complacido en ocultarse aquí, para ser adorado por los Ángeles, y por todos los hombres! ¡Salve Oh Reina del Cielo y de la Tierra, a cuyo imperio todo está sujeto bajo el dominio de Dios! ¡Salve Refugio de los pecadores, cuya misericordia no desampara a nadie! Escuchad mis deseos de poseer la Divina Sabiduría. A este fin, recibid mis votos y ofrendas que humildemente os presento ahora:

Yo (...), pecador infiel, renuevo y ratifico en vuestras manos mis votos Bautismales en este día. Renunció para siempre a Satanás, a sus pompas y a sus obras; y me entrego enteramente a Jesucristo, la Sabiduría Encarnada, para cargar mi cruz y seguirle a Él, todos los días de mi vida. Y deseo servirle con mayor fidelidad; y más de lo que he demostrado en el pasado.

En la presencia de toda la Corte Celestial, deseo elegiros, Oh Virgen Santa, como Madre y Señora mía. Me entrego y consagro totalmente a vos con todo lo que me pertenece, en estado de esclavitud. Os entrego mi cuerpo, mi alma y todos mis bienes, tanto interior como exterior. Os ofrezco aun, el valor de todas mis buenas obras, pasadas, presentes y futuras. A vos entrego el pleno derecho de disponer de mí, y de todo lo que me concierne sin excepción, según os complace. Y todo esto os ofrezco para mayor gloria de Dios, durante el tiempo, y toda la eternidad.

Recibid, oh Virgen benigna, esta pequeña oferta de mi esclavitud. Os lo ofrezco en honor, y en unión de la humildad con que la Eterna Sabiduría se dignó someterse a vuestra Maternidad. También rindo homenaje al dominio que ambos tenéis sobre este pobre pecador; y agradezco a la Santísima Trinidad por los Privilegios con que os ha colmado. Declaro, que en adelante, deseo honraros y obedeceros plenamente, en todas las cosas, como vuestro verdadero esclavo.

¡Oh Madre Admirable! Presentadme a vuestro Amable Hijo como su esclavo eterno. Así como Él me ha redimido por vuestra mediación, así mismo pido que me reciba por vuestra intervención.

¡Oh Madre de Misericordia, concédeme la gracia de obtener la verdadera Sabiduría de Dios! A este fin, os suplico recibirme con los que amáis y enseñáis y con todos los que habéis guiado, alimentado y protegido, como hijos y esclavos vuestros.

¡Oh Virgen fiel! Ayudadme para que en todas las cosas, yo sea un discípulo, imitador y esclavo perfecto, de la Sabiduría Encarnada, Jesucristo, Vuestro Divino Hijo. De este modo, mediante vuestra intercesión, alcanzaré la plenitud de la edad de Cristo aquí en la tierra y gozar plenamente de Su Gloria en el Cielo. Amén”.

Las puertas del silencio



Þ    II. Evitar las discusiones interiores

            Observa, un solo día, el curso de tus pensamientos. Su sorprendente frecuencia y la viveza de tus discusiones interiores con interlocutores imaginarios, te sorprenderán.
            Y esto será sólo si lo referimos en relación para con las personas que te rodean.
            ¿Cuál es su fuente habitual?
            Nuestros disgustos acerca de Superiores que no nos quieren, no nos estiman, no nos comprenden; son severos, injustos o muy estrictos respecto de nosotros, o de otros que llamamos “oprimidos”. Disgustos con nuestros hermanos “incomprensivos”, obstinados, desenvueltos, enredosos o insultantes...
            Se erige un tribunal en nuestro espíritu, donde somos procurador, presiente, juez y jurado; raramente abogado, si no es para nuestra propia causa. Se exponen los agravios; se sopesan las razones; se pleitea; uno se justifica; pero se condena al ausente.
            Quizás se elaboran planes de revancha o tretas vengativas. Tiempos y fuerzas perdidas para quien todo es nada, fuera del amor de Dios. En el fondo, sobresaltos Del amor propio, juicios prematuros y temerarios, agitación pasional que se paga con la pérdida de la paz interior, una disminución de la estima de nuestros superiores y de nuestros hermanos, una consolidación lamentable de la estima que tenemos de nosotros mismos. Grave error; perjuicio cierto.
            Tratándote mal, en realidad nadie te perjudica, créelo. Es amargo, sin duda. Ama ser desconocido y menospreciado. Tú eres Cristo bajo el ultraje y la irrisión. Acepta con un alma dulce y silenciosa, todo mal tratamiento que recibas. El hombre no es mas que un instrumento; es la mano amante y fuerte de Dios la que lo guía y, la que por ella, busca quebrar tu soberbia; doblar tu espinazo. Abstente de dialogar en tu interior, ni siquiera un segundo, con propósito deliberado, sobre los que te hacen algún mal. Nada útil sale de ese pretorio clandestino.
            En el de Jerusalén Jesús callaba. Cuando se levante la tempestad de tu indignación, repite con apacible dulzura: “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”. Abísmate en el amor, la gloria, el gozo de las divinas Personas; niégate toda mirada sobre ti mismo. Nada turba la radiante e impasible felicidad de la Stma. Trinidad. La opinión de los hombres no tiene valor ni interés: tú eres, únicamente, lo que ante Dios eres.
            ¿No es una alegría indecible el que El sea el único en juzgar lo más hermoso y puro de ti mismo?
            ¡Oh hermano, si pudieras comprender y gustar la dulzura de ser conocido sólo de Dios! Sé dichoso al irradiar a Cristo, pero no te turbes lo más mínimo porque esa irradiación sea aún demasiado discreta. ¿No estás suficientemente cansado de conversar con los hombres, que aún los evocas en tu espíritu para contarles tus razones?
            ¡Sólo con Dios solo! Él lo sabe todo. Él lo puede todo. Él te ama. Si supieses lo bueno que es tener la cabeza vacía de toda criatura para no admitir más que la imagen de Jesús-Cristo y de María, los reflejos creados más puros del Invisible. Habla con ellos: eso se hace sin ruido de palabras. Las palabras sirven de poco: ve, mira, contempla. ¿Los miembros no son el honor de la cabeza? No apartes los ojos Del divino Rostro del Cuerpo Místico. Es tu papel contemplativo.
            Nuestras discusiones interiores no son, frecuentemente, más que la consecuencia de los altercados del día. Créeme: no discutas jamás con nadie; no sirve para nada.
            Cada uno y cada una están seguros de llevar la razón y busca menos ser aclarado em sus dudas que vencer en una disputa de palabras. Se retiran disgustados, atrincherados en sus posiciones, y la disputa continúa por dentro. Se acabó el silencio y la paz.
            Si no lo tienes que hacer por tu cargo, no intentes convencer. Pero si quieres permanecer tranquilo, pasa la página apenas se inicie la controversia. Acepta ser derribado al primer golpe y ruega dulcemente a Dios que haga triunfar su verdad en ti mismo y en los otros; y, a otra cosa: tu alma no es un forum, sino un santuario. Se trata para ti, no de tener razón, sino de embalsamar a tu alrededor con el perfume de tu amor. La verdad de tu vida testificará la de tu doctrina. Mira a Jesús en su proceso: “callaba” (Mt 26 63), aceptando las injurias; ahora Él es Luz para todo hombre que viene a este mundo (Cf. Jn 1, 9).

Þ    III. Combatir las obsesiones interiores

            Esas ideas o esas imágenes que, con la insistencia de las moscas inoportunas, se imponen a tu atención, no las destruirás ni totalmente ni en todo tiempo; te perseguirán sin descanso y por todos los sitios. Confrontadas pausadamente con pensamientos de fe, su inconsistencia salta a la vista; su valor humilla por la ficticia importância que tienen. No deberían jugar ningún papel en nuestro comportamiento; o un papel al menos muy modesto. No obstante, están en primer plano y reclaman el timón. Em nuestra vida enclaustrada, ¿cuáles son? Creerse menos querido, detestado, perseguido, incomprendido; sentirse celoso o rebelde contra una superioridad real o imaginaria que nos hace sombra en el orden del espíritu, de la estética, del “saber hacer” o de la virtud; inquietarse por los suyos, por su porvenir, o por el nuestro, turbarse, indignarse por la imperfección de los otros; inquietarse por la forma de actuar de personas que no están sometidas ni a nuestra jurisdicción ni a nuestra autoridad. Um temperamento en el que predomina la imaginación y la sensibilidad; ciertas inclinaciones nativas al autoritarismo o al orgullo; un egoísmo no combatido (o combatido flojamente) son prolíficos en obsesiones.
                Un Cartujo propone esta terapia; es buena.
            Primer caso: la obsesión no tiene “fundamento real” (el caso más frecuente). La obsesión es una quimera producida por la exuberancia de nuestra imaginación, de nuestra hipersensibilidad, de nuestra falta de olvido de sí mismo, o por nuestro poço menosprecio de nosotros mismos.
            El procedimiento de fondo, piensa este monje, sería rectificar la misma facultad de juicio (suponiéndola falsa) porque no ve las cosas tal como son en realidad. Entonces, ¿es posible un enderezamiento?
            De todas maneras, escribe, date tiempo para reflexionar. Antes de razonar, deja que se calmen tus nervios y la efervescencia de tu imaginación. Tómate tiempo: algunos días de paciencia y propia pacificación. Verás entonces, por el distanciamiento y apaciguamiento, como todas las cosas toman sus proporciones. Durante el periodo de agitación, guárdate de discutir, de decir, de obrar. La emoción turba la razón; la pasión descarría el juicio; el amor propio lo vuelve injusto.
            Sé humilde; por lo menos lo suficiente como para hacer controlar tu juicio por outro que no tenga ningún interés comprometido en lo que te preocupa, sobre todo si es sacerdote: él tiene gracia de estado para discernir.
            “Un alma - concluye nuestro Cartujo - poco dotada de lucidez natural pero que supiera confesarse y someterse al juicio de un director (incluso si este último no posee mas que un mediano juicio) sería, por eso mismo, librada de muchos escrúpulos, de buen número de pensamientos tontos con los que otra alma estaría obsesionada. Permanece modesto, abierto, dócil: he aquí los grandes remedios contra estas falsas ideas cuya insistencia, exponen a volver desgraciada la vida del solitario y quitarle su nobleza.
            Es una descripción perfecta.
            Segundo caso: la obsesión tiene “fundamento real”. Esto puede darse. ¿Quién no está a veces enfermo, cansado, es incomprendido o perseguido? Y esto con toda verdad.
            La vida de los santos está llena de ejemplos de estos. La Providencia talla, burila, pule, martillea las almas sirviéndose de los que la rodean.
            La persecución por los buenos es también otra de las pruebas.
            Tal idea lancinante, tiránica, puede ser fundada y justa; pero la importancia que toma en nuestra vida, viene a ser excesiva. No es verdad que no podamos ya vivir felices, amar a Dios con paz, santificarnos alegremente. Los defectos, pasiones, faltas, injusticias de los otros, te purifican y te liberan de tu amor propio. En fe y humildad, ofrécete a los golpes de Dios y sé amable con sus instrumentos.
            No es poca cosa el hecho de someterse y batirse en retirada cuando se recibe um agravio. Con Jesús-Cristo, acepta con un corazón pasible y silencioso el ser injustamente molestado. Todo tu ser se revuelve; tu orgullo se resiste; tu sensibilidad se estremece. Más alta que la tempestad, brilla la luz de Jesús: el siervo no es más que su Maestro.
            A los elementos perturbadores, imponles lo que dicta la fe y el amor: ahí es donde está nuestra cruz; mas en la cruz es donde reside la salvación.
Ofrécete como victima, con la mirada puesta sobre Cristo sangrante, envilecido por las magulladuras, el sudor y los salivazos, etc.... Imprégnate, en la oración, Del espíritu de las Bienaventuranzas. Llegarás a juzgar todas las cosas como tu Maestro, y toda pena se te convertirá en alegría.
            “¡El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga!” (Mt 16, 24). Verdaderamente, ¿conoces algún otro camino?

Þ    IV. No tengas preocupaciones de ti mismo

            No le hables a ti mismo de ti mismo. Los momentos de examen sean escasos y breves: algunos minutos al medio día y a la noche. Fuera de esto, no pienses en ti, ni para bien, ni para mal, para no despertar el amor propio ni descorazonarte. Cuando piensas en ti, tu imagen tan grosera substituye, en el espejo de tu alma, a la purísima belleza de Dios.
            Tres cosas turban la limpidez: evítalas.

  1. No critiques las dificultades de la vida
            La vida es un combate: ¿no lo sabes ya? Si es necesario renunciarse, tomar la cruz, seguir a Jesús al Calvario, ¿hay de extrañarse de que haga falta luchar, sufrir, sangrar, llorar?
            Tus dificultades vienen de tu entorno, de tu empleo, de tus propias miserias físicas y morales; de las tres cosas a la vez, quizás.
            En cuanto a la actitud de tu alma respecto a ellas, trázate de una vez por todas uma decidida línea de conducta ante Dios. Y en los momentos de encuentro con esas miserias, actúa en conformidad con la línea trazada. Los monólogos alarmistas no sirven
para nada. Haz lo que puedas; abandona el resto a la misericordia de Dios.
            “Dios lo sabe todo. Lo puede todo, y me ama”: He aquí lo que justifica el abandono.
            Vive al calor de la luz del Salmo XXII: “El Señor es mi pastor; nada me falta”.
            Cada noche, te dormirás murmurando: “Ten confianza: ¡no te ocurrirá nada malo!”.

  1. No sopeses tus penas ni tus sacrificios           
            ¿No has aceptado en bloque todo con tu profesión? “Recibe, Señor...” Cada mañana, en el momento de la Eucaristíala Iglesia te ofrece como víctima pura, santa, inmaculada con Jesús, y tu consientes. Si comprendes el misterio de la cruz y El sentido de tu vida monástica, no te compadezcas de ti mismo. “Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9, 7).
            Deja pues a Cristo sufrir en ti; préstale tu cuerpo y tu corazón, para que pueda “completar en su cuerpo místico lo que inauguró en el Calvario” (Cf. Col 1, 24). De lo contrario, no merece la elección que ha hecho de tu persona. Contempla su bello rostro de la Santa Faz, lacerado y doloroso, vuelto hacia ti. Ofrécele, unido y em calma, el espejo virgen de tu alma: en la tierra, esa es para ti la imagen que agrada a Dios.

  1. No tengas “coquetería” de tu alma
            Haz, en todo momento, la voluntad de Dios, con las fuerzas y gracias del momento presente. No se te pide más. Acepta de corazón tus límites. ¿A qué grado de santidad quiere llevarte Dios? No lo sabrás más que en el cielo. No sondees sus misteriosos designios; no le rehúses nada deliberadamente. Intenta complacerle según tus fuerzas actuales y déjate conducir a donde Él quiera, por sus caminos, sin prisa febril.
            No te aflijas por tus impotencias, ni aun, en cierto sentido, por tus miserias morales.
            Te querrías bello, irreprochable. Es una quimera; orgullo, quizás. Hasta el fin, permanecemos pecadores, objeto de la infinita misericordia, a la que tanto valora Dios.
            No pactes jamás con el mal; permanece desligado de tu perfección moral. La santidad es ante todo algo de orden teologal, y es el Espíritu Santo quien la reparte em nuestros corazones; no somos nosotros quienes la fabricamos.
            Compararse a los demás en materia de virtud, es hastiarse de la propia mediocridad, o creerse situado en la escala de la perfección; todo esto, obstaculiza y hace ruido. Hay santos de todas las tallas.
            Tu elevación queda en el secreto de Dios; sin duda, Él no te dirá nada. Haz lo que esté en tu mano. Ama, ofrece a menudo a Dios la santidad inigualable de Jesús, de María y de los santos vivos y difuntos: todo eso te pertenece a ti, beneficiario de la Comunión de los Santos. Ofrécele la santidad global del Cuerpo Místico de Cristo: eso es lo que glorifica al Dios. Tú eres miembro de ese Cuerpo, el menos noble quizás, pero no sin utilidad. Di con convicción y serenidad: “Santa María, Madre de Dios, ruega por mí, pobre pecador”. Y vive en paz bajo las alas protectoras del Dios que te ama.

Þ    Conclusión

            Por la gracia de Dios, observa estas cosas con toda paciencia y fidelidad. La paz descenderá a tu alma; el silencio la envolverá.
Sobre el espejo calmado de las aguas purificadas, resplandecerá la imagen de la Santísima Trinidad.
            ¡Es tan hermoso un corazón puro y solitario bajo la mirada de Dios! No hay más que un canto. El de la eternidad:

            ¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!
            ¡Amén!

LA VIDA INTERIOR


Robert de Langeac
La vida oculta en Dios


Nuestra Señora del Monte Carmelo es la Patrona de la vida interior, la Virgen que nos aparta de la muchedumbre y nos lleva dulcemente hacia esas cumbres donde el aire es más puro, el cielo más claro, Dios está más próximo... y en lãs que transcurre la vida de intimidad con Dios.
Según San Gregorio el Magno, la vida contemplativa y la vida eterna no son dos cosas diferentes, sino una sola realidad; una es la aurora, la otra el mediodía. La vida contemplativa es el principio de la dicha eterna, su saboreo anticipado. Que la Reina del cielo nos conceda, pues, la gracia de comprender el estrecho vínculo que une esas dos vidas para vivir aquí abajo como si estuviéramos ya en el cielo.
Un alma interior es un alma que ha encontrado a Dios en el fondo de su corazón y que vive siempre con Él.
Dios está en el fondo del alma, pero está allí escondido. La vida interior es como una eclosión de Dios en el alma.
Mantengámonos en el centro de nuestra alma, en ese punto preciso desde el que podemos vigilar todos sus movimientos, para detenerlos o dirigirlos, según lós casos.
Vivamos o de Dios o para Dios, pero repitámonos que no se obra del todo para Dios sino cuando ya no se hace absolutamente nada para uno mismo. Se obra entonces porque Dios lo quiere, cuando Él quiere y como Él quiere, por estar siempre unidos en el fondo con Aquel de quien uno no es más que um dichoso instrumento.
Dos cosas hacen falta para llegar a la perfección y a la íntima unión con Dios: tiempo y paz.
Lo que da valor a los actos reflexivos del hombre es la unión a Dios por La caridad. Cuanto más profunda es esa intimidad, más valor de eternidad tienen sus frutos.
Un alma cuya mirada interior, afectuosa y humilde, está siempre fija en Dios, obtiene de Él cuanto quiere.
Entre un alma recogida, desligada de todo, y Dios, no hay nada. La unión se realiza por sí misma. Es inmediata.
El tiempo pasa; siempre se ama a Dios demasiado poco y muy tarde.
¡Qué delicado eres en tus afectos, Dios mío! Tienes en cuenta lo que de legítimamente personal hay en nosotros, y tratas al alma que amas como si en El mundo no hubiera otra cosa que ella y Tú.
Creer es comulgar en la ciencia de Dios: Él ve; nosotros creemos en su palabra de testigo.
En la fe, Dios habla; por la esperanza, Dios ayuda; en la caridad, Dios se da, Dios colma.
Elevaos hacia Dios constantemente. Dejad en tierra a la tierra. Vivid poco con lós demás." menos todavía con vosotros mismos, pero lo más posible, si no en Dios, por lo menos cerca de Él.
Cuando en el fondo de vuestra alma oigáis, dos voces contradictorias, conviene que escuchéis generalmente a la que habla más bajo. En todo caso, ésa es la que pide más sacrificios. ¡Y tiene tanto valor el sufrimiento bien entendido! Desliga y aproxima a Dios.